lunes, 21 de octubre de 2013

Cómo NO ser un artista: Wes Keil

Hace cerca de un par de años que juego a League of Legends, con períodos más o menos estables, hay épocas que no puedo vivir sin él y otras en las que acabo hasta los huevos, pero finalmente nunca termino de dejarlo y de invertir mi tiempo en ello.

El LoL, como ahora gran parte de los juegos online, tienen un componente estético muy fuerte, que permite que el producto se venda por los ojos, y nos cale más hondamente en personas como yo, por ejemplo, con un ojo muy crítico en esto del arte. Más concretamente, arte digital, puesto que todos los personajes existentes y todos los nuevos que van saliendo cuentan con un set de ilustraciones que les representan en todo su esplendor, para luego aparecer en los avatares in-game y en las pantallas de carga.

Actualmente, el LoL cuenta con 89 campeones jugables, lo que hace inicialmente un recuento de 89 ilustraciones. Pero además, y aquí entra el factor monetario de un juego aparentemente gratuito, todos los campeones cuentan con un mínimo de dos skins o apariencias alternativas, que se pueden comprar por dinero real. Os ahorro hacer las cuentas, en total son 267 skins disponibles en el juego.
Lo que hace un total de 267 ilustraciones diferentes, como el sentido común dicta.

Hasta aquí todo normal y lógico, es un juego muy multitudinario, gana dinero gracias a estas skins, debe de haber variedad y calidad si nuestros amigos de Riot quieren amasar una fortuna, y creedme, lo están haciendo. En cuanto a la variedad, es evidente que entre todo este número de apariencias y personajes nos encontramos de todo: bárbaros con el pecho al descubierto, ninjas escurridizos, cocodrilos, hombres lobo, un hámster repulsivo que pone setas, vampiros, pelotas con pinchos, tías buenas de todos los colores, sabores y con todos los trajecitos fetichistas que te puedas imaginar...
Pero es en el otro apartado en el que quiero hacer hincapié esta noche. En el tema de la calidad.

Está claro que, artistas buenos, sobran. Y está claro que, uno de los artistas más estables y longevos de Riot, Wes Keil, no es uno de ellos.

Voy a empezar por el principio: cuando Riot era una empresa de videojuegos modesta, con unos objetivos claros: hacer un juego que enganche y que sea gratis, para ir ganando poco a poco dinero hasta convertirse en un referente en esto de los juegos online. Supongo que cuando empezaron, pensaron en contratar a un artista, que no cobrara mucho, que no fuera impresionante, pero que les sacara del apuro. Supongo que así encontrarían al terrible Wes Keil, porque si no, no sé qué otra explicación darle.

Al principio, Wes Keil podía aparecer esa mañana en la oficina de Riot con estas cosas en un pendrive, y todos se sentirían satisfechos:



El método para crear estas piezas artísticas era simple: tomar el modelo 3D directamente del juego, ponerlo sobre un documento de photoshop, y pintarrajear por encima detalles sin mucho sentido, dándole a la composición un resultado... inquietante. ¿Por qué tanta dedicación en pintarle los mechones de pelo a Morgana, si luego su falda queda diluida con el fondo, casi sin consistencia?
Siendo franca, me parecen una aberración. Como ilustración, desde luego, como diseño de personaje, todo es mejorable; pero estamos hablando de una empresa pequeña, así que esto les sobraba para lo que querían trasmitir a los jugadores.


Pero bien, el tiempo ha pasado, el dinero ha llegado, y Riot puede permitirse contratar a verdaderos artistas, como Katie de Sousa o Kienan Lafferty. Naturalmente de ellos no voy a hablar, porque ellos que son buenos, y que hacen su trabajo bien. Pero... ¿Wes Keil, en serio Riot? ¡A este tío tendríais que haberle despedido hace muchísimo tiempo!

No me invento nada. Este tipo jamás ha estudiado anatomía, y si lo ha hecho, se le ha olvidad prácticamente todo en el camino.


Aquí vemos al fogoso Brand en pose de Y U NO, con los hombros dislocados, las piernas en una perfecta L, y unos efectos de fuego que dan pena. En serio, Wes Keil. ¿Querías representar a este campeón en una actitud desafiante, con una pose dinámica y agresiva, y pretendías hacerlo sin usar ni una puta referencia? GL para ti, bonito. Sólo los artistas con AÑOS atrás dibujando el cuerpo humano sin parar, son capaces de llevar a cabo una pose tan arriesgada y salir airosos de ella. Tú no eres ese caso.

Pero el tema de los efectos es otra cosa que me produce una cierta hilaridad. Si hay algo que todos los noobs del photoshop aprenden nada más comenzar, es a usar las herramientas de "sacar brillos", y añadirles capas y capas de color para enguarrecer el dibujo y disimular los evidentes fallos de la composición.
Para muestra, el splash art de Nocturne:


Es curioso como, tratándose de un personaje hecho enteramente de sombra, se las ha ingeniado para hacer una ilustración que no sólo da pena sino que además es incorrecta anatómicamente. Pero vale, fijaos en esos efectos, en esas luces intensísimas que de pronto salen de las aristas de sus armas, de sus ojos, de sus hombreras. ¿De dónde narices viene esa luz, Wes Keil? ¿Acaso estás intentando engañarnos con claroscuros para demostrarnos que no tienes ni repajolera idea de cómo usar los colores en situaciones complicadas como ésta? Porque deberíais ver el Art Spotlight de esta ilustración. ¡Sólo ha usado dos colores! El negro y el azul. ¿Para qué molestarse en meter más, si es un bicho de sombra? ¡Nadie se dará cuenta! Ahora me dedicaré a sacarle brillazos a cascoporro y parecerá que me lo he currado mucho con todo este efectismo wannabe, la gente lo flipará y yo cobraré por esta mierda que me he sacado de la manga.
Por cierto, las armas están ¡directamente sacadas del modelo 3D del juego! Ni siquiera las ha dibujado él. En fin.



Luego está el tema de los personajes femeninos. No entiendo por qué le piden a él que dibuje siempre a los personajes femeninos. De verdad, no me entra en la cabeza.
Con todos los artistas deseosos de dibujar el cuerpo de una mujer, que lo estudian, lo trabajan, practican su anatomía. Con todos los artistas que realmente disfrutan representando el cuerpo femenino, ¿por qué han ido a seleccionar al que no sólo no se le da bien, sino que lo aborrece?
Pensarás, cómo sabes tú que lo odia, Thélema. ¿Acaso has hablado con él? Pues no, ni falta que me hace. Y os lo demostraré con ejemplos.


Aquí tenemos la skin de "vaquerita" de Miss Fortune. ¿Qué clase de pose es esta, Wes Keil? ¿Quién en su sano juicio sujetaría un par de revólveres gigantescos mientras camina patizamba, con una cintura en la que no caben órganos, las tetas escurridas, y el pelo de plastidecor tapándole media cara ( que evidentemente, no supiste dibujar entera )?


En el caso de Shyvana, no sólo el modelo es regulero, porque la armadura deja al aire el vientre y los muslos, sitios en los que podrían asestarte un sablazo mortal o dejarte sin piernas.
Supongo que es lo que tienen las armaduras femeninas... Pero vale, no voy a discutir esto hoy, ya tuve suficiente ayer :)
Vamos a ver Wes Keil; Si no sabes pintar una armadura, ¡no lo hagas! ¡Pídele a tu compañera Katie de Sousa que lo haga, que sabe hacerlo mil veces mejor que tú ( y si no mirad esta ilustración de Leona Valkiria, es sublime )!.


Supongo que Wes Keil pensó cuando le encargaron realizar el splash art de Cassiopeia: "qué bien, una campeona mitad mujer mitad serpiente, me ahorro pintarle las piernas que se me da como el culo." No tan rápido amigo, que aún así en la parte que se refiere a "mujer" la has cagado en varios niveles diferentes:
Para empezar, su rostro, wtf? Es una mujer bella, no un travesti deforme. Su hombro derecho parece que vive en otra dimensión espacio-temporal; en esa postura medio recostada en un diván, nadie tiene los hombros tan rígidos y los pechos tan rectos y tan de frente a la cámara... y su brazo izquiero es un completo despropósito. Eso por no hablar de los claroscuros falsos a los que no tiene acostumbrados, los brillazos sacados con la herramienta, y las texturas a medio camino entre la plastilina y el papel albal.
Lo único que merece la pena son las serpientes... aquí sí te sirven tus brillos, amigo Wes.


El ejemplo de Karma me jode profundamente, porque es una campeona que me gusta y que además tiene un diseño francamente bonito. Pero luego te encuentras con esta ilustración y te echas las manos a la cabeza. Las manos son horribles, el rostro es horrible, las piezas de armadura son horribles, los colores son horribles, la iluminación es horrible, pero aún así nada puede compararse a ese intento de anatomía escorzada sólo para resaltarle los atributos femeninos.
Este dibujo está entre el top ten de los peores del LoL, sólo superado por los que vienen a continuación:


Un desastre es lo que mejor definiría la ilustración que representa a Vayne en su skin de aristócrata. Supongo que aquí intentaron hacer un pequeño homenaje a Bayonetta, pero Wes Keil falló estrepitosamente al dibujar esa cara espantosa, esas tetas una mirando a Cuenca y la otra a Albacete, y esas piernas en un ángulo imposible. Por no tener, no tiene ni fondo.

¿En serio, Wes Keil? ¿Crees que esta Evelynn tango ( skin preciosa in-game, por cierto ) se merecía que la trataras así?
Yo creo que la historia detrás de este dibujo reside en nuestro artista levantándose de resaca después de un fiestón y cayendo en la cuenta de que tenía que haber hecho un par de cosillas para esa misma mañana para la empresa en la que trabaja, así que nada, en cinco minutos despacho los dos, les pongo el mismo fondo, herramienta sacar brillos, capas de color aquí y a llá, y dinero para mi bolsillo. Y la de su compañero, Twisted Fate tango, está casi al mismo nivel:

Y de nuevo... ¡Brillos a mansalva! ¡Que la vida son dos días! Claro que sí, Wes Keil, te pagan para que pongas brillos, eso que quede claro lo primero.



Y aún me quedo con ganas de compartir con vosotros otras piezas también dignas de mención, como los 3 splash art, sí TRES ilustraciones que tuvo que hacer para la pobre Riven, a cada cual peor que el otro, o el diseño antiguo de Lux, en el que el pelo le surgía con vida propia desde las clavículas.
Ser autocrítico es imprescindible en un artista. De hecho, es importante en casi cualquier faceta de la vida. Yo soy muy crítica conmigo misma, y eso es lo que me impulsa a mejorar, a superarme cada día con cada cosa, por mínima que sea, que aprendo. Sin ir más lejos, hace un par de días retiré algunos dibujos de mi galería de DeviantArt porque consideraba que no daban la talla para lo que es mi nivel actual.
Y si hay algo de lo que Wes Keil carece es, precisamente, de un sentido autocrítico consigo mismo; a mí, sinceramente, me daría vergüenza que estas ilustraciones, si fueran mías, se exhibieran al lado de las de Kienan Lafferty o Katie de Sousa, e intentaría como mínimo estar a su altura.
Pero creo que ya he perdido el tiempo lo suficiente aquí, y es hora de ir a menesteres de más importancia.


Ante todo quiero aclarar que yo no tengo nada personal contra Wes Keil, aparte de lo ya mencionado, claro. Pero no es mi culpa que sea un artista penoso y que cobre por hacer algo que millones de artistas desempleados harían mejor. Sin ir más lejos, una estudiante con algo de maña ya puede apañárselas para realizar un trabajo superior al suyo, como bien demuestra mi fan art de Karma.
Con esto no pretendo decir que yo sea mejor artista que él. Él es capaz de hacer cosas de una calidad muy alta, como desmuestra en su portafolio online; pero es evidente que, cuando se trata de trabajar para Riot, está desganado, no le apetece, o sencillamente le da igual presentar un truño a los jugadores, que en la mayor parte de los casos no discernirán si se trata de un buen o un mal artwork.


Y esto es todo por hoy, gatitos. Espero que no se os haya hecho pesado el ladrillo y que os hayáis echado unas risas, después de tanto tiempo sin pisar este maltrecho blog; sé que no voy a cambiar nada con este artículo, pero ¡eh! ¿Y lo que me he desahogado?



Ahora si no os importa, me iré a intentar se mejor artista que este cantamañanas. Cerrad al salir, kkthnxbai

Mardo ( Flashback )



 Mardo nunca había estado con una chica. Tenía diecinueve años y ninguna novia a sus espaldas, sólo dos muchachas entre sus recuerdos a quienes solo había llegado a besar torpemente en sus años en el colegio, y otra más mayor que conoció en una fiesta y a quien le tocó una teta. Era frustrante, ya que se hizo las rastas a los dieciséis con la idea de que su vida sentimental sufriría un drástico cambio a mejor de ahí en adelante, pero lo cierto era que prácticamente nada varió cuando decidió convertir sus greñas onduladas y poco favorecedoras en trenzas compactas. Y todo esto disfrutaba recordándoselo su primo, a quien, por cierto, le hizo caso  con la sugerencia de la transformación capilar. Él fue quien le metió en la cabeza que las niñas se peleaban por los tíos con rastas, que así encontraría su lugar en el mundo, y le ayudarían a definirse como persona. Un adolescente tan poco avispado como Mardo resultaba una presa fácil para tantas maravillosas promesas.
Se las hizo en la casa de un colega de su primo, decía ser jamaicano, y de hecho tenía una gran bandera en el salón, pero a Mardo el tío le parecía del pueblo de al lado, y no se quitaba esa idea de la cabeza por mucho que sus paredes olieran a pura Jamaica. Le puso reggae, le dio de fumar y le trenzó todo el pelo en una tarde. Mardo se encontraba terriblemente ridículo después, y culpaba a su primo por su insistencia y a sí mismo por dejarse convencer por él. Con el paso del tiempo y a medida que las rastas le crecieron, aprendió a convivir con ellas, a asumirlas como parte de su identidad, e incluso a sentirse bien consigo mismo frente al espejo.
Sus amigos, o más bien, los amigos de su primo entre los cuales ansiaba integrarse, le tomarlo el pelo al principio; Mardo era unos años más joven que ellos y les conocía de vista desde hacía tiempo en el instituto. Él no bebía ni fumaba y llevaba sus estudios correctamente al día. Y pronto aprendió que todo ello debía de cambiar para ser aceptado en el grupo, y que las rastas sólo fueron el principio. Así que empezó a beber. Era lo más fácil y al principio sólo consumía lo más suave que había, como el pis que ellos llamaban cerveza, vino barato del supermercado, vermú. Disfrutó de sus primeras y divertidas borracheras. Luego pasó a cosas de más graduación, bebidas para mayores, a juego con los nuevos amigos que se estaba ganando, como vodka, absenta, licor de patata. Sufrió de las siguientes y penosas borracheras. Acababa las noches vomitando en un retrete sucio del bar más puerco que su primo conocía, y sin que nadie le sujetara las rastas. Lo positivo era que sus amigos le consideraban cada vez más parte de ellos, de su selecto grupo de descarriados sociales, rebeldes. Cada noche era una victoria para Mardo.
Empezó a fumar. Pero no tabaco, sino esos cigarros que su primo se liaba, olían a estofado pero le dejaban la boca sabiendo a mierda. No le gustaban al principio, pero se los fumaba igual, caladas suaves para empezar, bocanadas largas para continuar, incluso porros enteros llegaron a pasar por sus pulmones, causando estragos en su sistema nervioso central. Y su primo y sus amigos cada día le querían más, le iban a buscar, le llamaban, le invitaban y le incluían en sus fiestas.
Toda aquella corriente de sucesos se dejó entrever en sus resultados académicos, destruyendo su moderada trayectoria y obligándole a repetir curso en el instituto. Mardo deseó que algo de eso hubiera tenido repercusión en su casa. Él veía cómo otros estudiantes irresponsables eran vapuleados por sus padres y obligados a tomar decisiones estrictas frente al jefe de estudios con respecto a sus vidas y futuros. La madre de Mardo, por otra parte, ni se presentó en el centro el día que fue citada para discutir la bajada de notas de su hijo. Se quedó en casa diciendo que tenía que fregar platos, cosa que cuando el joven de rastas llegó al piso descubrió que no había hecho.
A su madre no le importaba lo que Mardo hiciera fuera de casa, y muchas veces tampoco le interesaba lo que hacía dentro de ella. Su padre jamás hizo acto de presencia en su vida, por lo que su madre nunca se sintió plenamente responsable de criar a su hijo. Mardo tenía la sensación de que, desde el día que aquel tío preñó a su madre, ella decidió no hacerse cargo del bebé. Le había dado por imposible incluso antes de nacer. No le importó enseñarle nunca nada, sólo le daba de comer y hasta eso ya le parecía excesivo. Por lo que su infancia fue infeliz. También lo fue su pubertad, su adolescencia y su pronta juventud. No le hacía regalos por Navidad, no celebraba su cumpleaños, no iba a verle las obras de fin de curso al colegio, ni le llevaba a ningún sitio de vacaciones. Cuando tuvo quince años se lo endiñó a su primo, que era el hijo que su hermana había tenido con un desgraciado que les zurraba a los dos. Era toda la familia que les quedaba, y Mardo y su primo tres años mayor hacían la pareja perfecta de chicos procedentes de núcleos familiares desestructurados.
Después de cada excesiva fiesta, Mardo regresaba a casa y se encontraba a su madre roncando entre sus papadas en el sofá, en aquel ruinoso salón lleno de cosas y de porquería y con la tele aún encendida. No sabía qué cadena era esa, pero siempre a partir de cierta hora lo único que echaban era porno del rancio, y no había vez que Mardo no lo pillara al regresar por las noches. A veces se sentaba ahí, con cuidado de no despertar a aquella bestia desparramada, se sacaba su virgen polla y se la meneaba con energía ignorando los ronquidos, imaginándose que cualquiera de las grotescas actrices de la pantalla tuviera su miembro entre los labios en lugar del tronco del negro que aparecía. Y así se pasó un verano entero y parte del otoño.
El curso siguiente comenzó con su nueva clase, todos más pequeños que él, a partir de ese momento pasaría a considerarse el repetidor, y la perspectiva era desoladora. Los profesores se molestaron en hacerle sentir así nada más puso un pie en el aula. Por suerte para él, las rastas sí tuvieron una positiva acogida entre sus nuevos e impresionables compañeros, y también entre las chicas, hasta parecía que le gustaba a una de ellas. Un día la profesora de historia trató de dejarle en evidencia, te crees que vas guapo con esas pintas, le dijo con desprecio, Mardo se encogió de hombros. Y una de las chicas aprovechó para decir en voz lo suficientemente alta como para que él se enterara, que Flora opinaba que sí. Flora, pensó Mardo, tenía una compañera llamada así, le sonaba, y ahora resultaba que le consideraba guapo. Sólo pensar en ello le llenaba de satisfacción.
Las siguientes semanas del curso se las pasó disfrutando de su nueva popularidad e indagando al respecto de la chica, Flora; la había visto por los pasillos alguna vez, también por el patio, pero nunca le había llamado la atención. No era el tipo de fémina que hacía volver las cabezas, para eso ya estaban otras en el instituto. Flora era pequeña y con pocas formas, con el pecho casi sin desarrollar, y de cara y gestos dulces, inocentes. Tenía el pelo castaño rojizo y la nariz respingona. Era muy trabajadora y responsable, lo cual a Mardo le parecía encantador pero al mismo tiempo la excluía directamente de su propio y selecto círculo de amistades.
Una tarde de otoño al acabar las clases, se encontró a sí mismo literalmente rodeado de compañeros de su clase, hablando de quedar el fin de semana para comprar bebidas en el supermercado e irse a beber a algún sitio. Uno de los chicos propuso el garaje de su casa para tal ceremonia. Todos le preguntaban a Mardo qué cosas debían de comprar y cuánto les costaría, estaban entusiasmados. Mardo también lo estaba. Había pasado de ser el culo de los amigos de su primo, el último mono, el aprendiz, a ser el maestro de ese grupo de crédulos compañeros de clase. De ser el más pequeño, a ser el más mayor. Y la situación le llenaba de placer, de pronto se sentía maduro.
Un grupo de chicas de su clase pasó por su lado y fueron invitadas entre risas y bromas a la fiesta, entre las cuales se encontraba Flora. Mardo no la invitó personalmente, no quería que se le notara el interés que sentía por ella, pero aún así puso suficiente atención como para enterarse de si ella acudiría también. Y hasta que no la vio aparecer en el garaje aquel viernes no estuvo seguro de ello.
Flora apenas bebía nada. No como otra de sus amigas, Anita, quien agarró una botella de licor pardo que no soltó en ningún momento. La fiesta se desmadró en apenas minutos. Sus compañeros no sabían beber, ninguno había experimentado apenas lo que era el estado de embriaguez, incluso Mardo se dejó llevar por el alcohol. Trató de aproximarse a Flora de diversas maneras, pero no era capaz de arrancar una conversación de ella, era extremadamente tímida. Tenía un vasito entre las manos, apenas daba uno o dos sorbos de él de vez en cuando, y no mostraba ningún signo de estar pasándoselo bien. Lo demostró abiertamente cuando Anita vomitó en una esquina del garaje. La noche para él terminó cuando Flora anunció que se quería marchar a su casa, así que poco después él también decidió irse a dormir, y se largó entre besos y palmaditas en la espalda. La coincidencia quiso encontrarles a él y a Flora un par de calles más abajo, la joven caminaba sola en medio de la noche oscura y ventosa.
Mardo la llamó, y se ofreció a acompañarla. Ella aceptó, pero estaba igual de cortada que siempre, así que él intentó romper el hielo de cualquier manera.
- ¿Dónde vives?
- En la Alfama.
Eso está pasada mi casa.
- ¿No te gustan las fiestas?
- No lo sé. Creo que no.
- ¿Has probado a beber? Tenías la copa entera.
- Es que sabía fatal. No me gustó nada.
No podía ser tan ingenua.
- Pero pruébalo, te gustará. Tiene un efecto increíble, es como si todo te pareciese más divertido y te llevaras mejor con la gente.
- Desde mi punto de vista… Parecía que hacíais el ridículo.
Mardo se sintió estúpido, ¿así era como le veía ella? ¿No decían que estaba coladita por él? No le daba esa impresión, desde luego. Permitió que el alcohol tomara control de sus actos, abrió la boca y las palabras salieron solas.
- ¿Estás pillada por mí o algo?
Ella le miró de pronto, avergonzadísima.
- ¿Quién te ha dicho eso?
- Nadie me lo ha dicho. Lo he imaginado yo. ¿Es cierto?
Flora siguió caminando y tardó un buen rato en contestar.
- No sé. No te veo de esa manera.
- ¿Y cómo me ves?
- Pues… diferente del resto. Eres el más mayor de la clase y eso. Te llevas con otro tipo de gente y haces cosas que yo no hago.
Para Flora, Mardo era inalcanzable. Ella le veía como el rebelde de la clase, el repetidor, el que ha estado en fiestas, ha bebido alcohol hasta vomitar, ha fumado porros y se lleva con gente más mayor que ellos. Si acaso le gustara, ni se planteaba tener algo con él. Mardo no sabía cómo se sentía al respecto. Por un lado le gustaba la idea de intimar con Flora, la chica ingenua y dulce; pero por otro, sabía que ella nunca encajaría en su vida ni él en la suya.
Llegaron a la calle en la que vivía Mardo, él tenía intención de pasar de largo y acompañar a Flora hasta su casa, pero vio a un par de figuras sentadas en su portal. Era su primo acompañado de su amigo Lucio, uno de los más faltones y maleducados. No quería por nada del mundo que Flora interactuara con ellos, pero tampoco quería quedar mal, así que acudió a su encuentro.
- ¡Mardo! – exclamó su primo al verle - ¿No estabas de fiesta con los de tu clase? ¿Ya te llevas tu premio?
Él y Lucio se rieron, mirando a Flora de arriba abajo. Mardo pudo sentir la incomodidad de ésta sin siquiera mirarla a la cara. Sabía que no se iba a defender, y él tampoco lo iba a hacer delante de ellos dos, así que mejor que ignorara aquello.
- ¿Qué hacéis aquí? – preguntó.
Era evidente. Beber cerveza y liarse porros, como todas las noches
- Beber cerveza y liarnos unos porros. ¿Quieres? – le contestó su primo, tendiéndole la botella.
Mardo la aceptó y bebió un largo trago sin pensarlo. Le cayó en el estómago como una losa de hormigón, pero daba igual, estaba impresionando a Flora.
- ¿Y por qué estáis aquí? – añadió Mardo.
- Aquí se está bien. – contestó su primo con su sonrisa desigual – Nadie viene a molestarnos, a no ser que baje tu madre a echarnos, cosa que no creo que haga.
Él y Lucio se rieron, y para luego fijar su atención en la chica.
- ¿No nos la vas a presentar?
Mardo hizo un gesto con desgana.
- Esta es Flora. Flora, estos son mi primo y Lucio.
Notaba cómo el estómago demandaba un reajuste inmediato.
- Estás muy buena, Flora. – dijo su primo, y Lucio soltó una risotada estrambótica. Ella miró al suelo.
- ¿Te la estás tirando? – preguntó el otro chico con la voz pastosa.
- Es una compañera de clase. – contestó Mardo.
- ¿Pero te la tiras o no? Oye tía, – se dirigió a la muchacha – ¿este gilipollas te trata bien? Si me entero que no te da lo tuyo me avisas, que te lo doy yo.
Otra carcajada. Mardo hizo un esfuerzo por reírse también, pero un aliento ácido se le atascó en pleno esófago.
- Me voy a casa. – susurró Flora, se dio media vuelta y se alejó caminando por la oscura acera.
- Espera... – empezó a decir Mardo, pero ella no le oyó. Se debatió entre acompañar a su amiga o subir a su casa y expulsar todo el contenido de su estómago en la taza del váter.
- Qué frígida, la tía. – se quejó su primo – A esa ni agua. Para otra vez te traes a la tetuda de tu clase, Anita. Esa sí que está cachonda.
Lucio le coreó por detrás mientras su primo le tendía la botella de cerveza. Mardo fue a negar la invitación, pero el cáustico aroma del interior le propinó un puñetazo en el estómago. Incapaz de aguantarlo más, se rindió a sus funciones corporales, acudió a la pared más cercana, apoyó la mano sobre el sucio ladrillo y sujetándose las rastas, vomitó un chorro agrio con sabor a ginebra, acompañado por las risas de su primo y del idiota de Lucio.

Su relación con sus compañeros de clase se intensificó después de aquella noche, con todos salvo con Flora. No podía decir que hubiera mejorado el trato con ella. Tampoco empeorado. No había variado en absoluto.
Mardo trató de disculparse por haberla dejado regresar sola, pero no tuvo el valor ni la oportunidad de charlar con ella sin tener cerca de algún compañero o amiga. Su primo estuvo varios días después bromeando al respecto de que fue violada por regresar sola a casa y no lo quería contar, pero Mardo se resistía a creérselo. No le gustaba que bromeara con esas cosas, pero no era capaz de decírselo a su primo. Todas sus conversaciones diarias se reducían a relatos banales, fiestas, excesos. Su anécdota de vomitar en el portal de su casa tuvo una espléndida acogida entre sus compañeros de clase, le consideraban un héroe de la vida nocturna. Mardo estaba empezando a cansarse de que no le vieran más que como a un mesías de la vida del despropósito. Le copiaban su estilo, sus hábitos, su costumbre de no estudiar, hasta sus expresiones. Empezaron a juntarse todos con el grupo de amigos de su primo, y ahí ya no encontró escapatoria. Las resacas se le acumulaban. Y Flora seguía sin disfrutar de su escasa compañía.
A las pocas fiestas que la tímida chica iba, se marchaba pronto y nunca le daba oportunidad de acercarse a ella. Rechazaba sus proposiciones de acompañarla a casa, rechazaba sus bebidas, y rechazaba todo aquel ambiente. Lo que le dolía era que nadie reparaba en ella nunca, cuando estaba la gente sistemáticamente la ignoraba, y cuando se marchaba tenían que pasar horas hasta que a alguien se le ocurriera decir “¿Y Flora?”, y entonces cayeran en la cuenta de que ya no estaba y a ninguno de ellos les había importado. Era natural, por otra parte, si no aportaba nada ni casi se notaba su presencia. Mientras observaba a su primo comerle la boca a Anita mientras le restregaba grotescamente la mano por las tetas, Mardo empezó a darse de cuenta de que esa no era la manera de aproximarse a Flora. Tenía que cambiar de táctica por completo, abordarla de otra manera, conquistarla a su modo.
Encontró la oportunidad una semana más tarde, cuando ya se acercaba el invierno. Se encontraron solos en la puerta del gimnasio esperando al profesor de educación física, que llegaría en breves instantes, así como el resto de los compañeros. Mardo lo hizo a propósito, sabía que Flora era casi siempre la primera en llegar por las mañanas a la puerta del gimnasio, así que se apuró para encontrarse con ella antes que nadie.
- Hola Flora. – saludó, sonriente y procurando decir su nombre. Así se acercaba más a su círculo de confianza.
- Buenos días. – ella, como siempre, educada y dulce. Pero no más con él que con el resto, y eso era lo que tenía que cambiar.
Mardo puso en marcha su plan. Había ensayado cómo entablar conversación con ella mucho antes, en su casa.
- Ya vi que te apuntaste a la fiesta de este pasado sábado.
Ella se encogió de hombros, mientras evitaba mirarle a los ojos.
- Anita me insistió.
No entendía cómo dos chicas tan opuestamente distintas podían ser amigas.
- Y, ¿lo pasaste bien?
Flora no sabía qué responder, y Mardo entendía perfectamente por qué. La respuesta era no, naturalmente no se lo había pasado bien. Pero era demasiado correcta como para reconocerlo.
- Sí.
- No lo parecías. Te notaba aburrida.
- ¿Te fijaste en mí?
- ¡Claro! – contestó Mardo, satisfecho al ver que la conversación seguía su cauce – No me gusta verte aburrida. La próxima vez te obligaré a que te lo pases bien. – ella bajó la mirada y asintió, justo lo que él esperaba que hiciera – O tal vez quieres proponer otro plan. Yo no tengo inconveniente en acompañarte a hacer otra cosa, si lo prefieres.
Entonces Flora le miró a los ojos. Fue una mirada breve y cargada de dudas, pero Mardo procuró mostrar su rostro más amable y sincero con ella. No podía sonar a broma en una situación así, o su compañera se negaría por completo.
- Vale…
Justo en aquel momento llegó el profesor de educación física con el chándal, el chubasquero y cara de pocos amigos. Abrió con llave la puerta del gimnasio al tiempo que murmuraba un agrio “buenos días”.
- Si quieres quedamos después de clase, ¿te parece bien? Y vamos a donde a ti te apetezca – propuso Mardo, y Flora asintió con la cabeza.

Cuando terminaron las clases, Mardo acudió al lugar en el que habían quedado, el portón de entrada al instituto. Llegó tarde, pero lo hizo a propósito por dos razones. La primera era que así mantenía con ella su fama de irresponsable y no aparentaba estar demasiado interesado en su amistad, y la segunda era que de este modo aseguraba que la gente ya se hubiera ido y así no habría nadie entorpeciendo su encuentro. Si Flora se molestó por su impuntualidad, lo disimuló a la perfección.
- Ya estoy. Dime, ¿qué te apetece hacer?
Se pusieron a caminar sin rumbo.
- No sé.
Empezaban mal, pero Mardo ya sospechaba que ella dijera algo así. Por suerte, tenía varias opciones en la manga.
- ¿Quieres tomar algo?
- Vale – contestó, sin meditarlo mucho.
Tenía pensado llevarla hasta una cafetería cerca del puerto en la que servían infusiones y batidos, y el ambiente era romántico y agradable. Perfecto para ella. Flora se sorprendió gratamente al entrar al lugar, sobre cada mesa brillaba una velita, olía a incienso, y las ventanas irisadas daban al mar. Se sentaron en una mesa apartada, frente a frente; ella se pidió un batido de fresa, y él una cerveza.
- ¿Te gusta?
- Sí. El sitio es muy bonito, nunca había estado. Y el batido está buenísimo.
Se sonrieron, ella apartó la vista al instante.
- ¿Por qué me has traído aquí?
- Pensé que te gustaría. Nunca veo que lo pases bien en las fiestas con los de clase, siempre te veo apartada. Esto es más de tu estilo, ¿verdad?
- Gracias. – musitó, avergonzada – Nadie se había fijado en mí hasta ahora.
- Eso es porque son todos incapaces de ver más allá de las tetas de tu amiga. – a Flora le desagradó la palabra – Si se fijaran en ti verían lo que se han perdido todo este tiempo.
- ¿Y tú sí te has fijado en mí?
- Sí. Y creo que eres una chica fantástica. Ya sé que pensarás que no pegamos nada juntos, y bueno yo también lo creo. He tenido que luchar contra eso hasta reconocer que realmente me gustas. Me gustas mucho, Flora, y me da igual lo diferentes que seamos.
La muchacha se había quedado paralizada con la boca medio abierta. Posiblemente era la primera vez que alguien se le declaraba… Y era nada menos el peor compañero de su clase.
- Tú también me gustas a mí. – dijo Flora con un susurro, mirando a su batido.
- ¿Sí, en serio? – Mardo no se lo creía. No había nada en su actitud que le hubiera hecho creer que el sentimiento era mutuo.
- De verdad. No te lo decía porque pensaba que te ibas a reír de mí, tú y todos tus amigos.
A Mardo le entraron ganas de reír de verdad, no podía ser tan adorable.
- Pasa de mis amigos, son todos unos cabrones.
Ella se rió, nerviosa, frotándose las manos con tal fuerza que parecía que fuera a crear fuego entre ellas.
- Tú eras la única razón por la que iba a esas fiestas.
Mardo se apoyó sobre la mesa con los codos, se acercó suavemente al rostro de su amiga y le depositó un tenue beso en los labios. Ella se llevó la mano a la boca inmediatamente después.
- Esta es la primera vez que alguien me besa.
Mardo se ahorró decirle que para él también era la primera vez que besaba a alguien, una chica que le gustara de verdad, y por iniciativa propia.
- Me alegro que haya sido yo quien te lo haya dado.


Su cumpleaños se aproximaba. Dieciocho. Iba a convertirse en un hombre, uno de los que toman decisiones por sí mismos y no se dejan torear por nadie. Aunque su primo no era de la misma opinión, y así de claro se lo dejó cuando le dijo que le estaba preparando una sorpresa inolvidable para su fiesta. Inolvidable. Sorpresa. La experiencia le decía que sería el regalo más desagradable que se le habría ocurrido, como había intentado hacer otros años. Sin duda el peor fue cuando hicieron la broma de tirar un cubo de agua con lejía por la ventana a los grupos de gente joven que pasaban. Esperaba que la sorpresa de aquel año no implicara recibir denuncias.
Su primo lo organizó todo, llamó a sus amigos y a los compañeros de clase de Mardo, y quedó en que un colega suyo le dejaba la casa para hacer el bestia en ella. Veinte personas confirmadas. Más amigos de amigos y colegas de amigos de amigos, posiblemente se llegaran a juntar más. Todo por Mardo, pensaba él, por mí. Algo no le sonaba bien en toda esa ecuación, pero al menos tenía la certeza de que compartiría velada con su encantadora nueva amiga, Flora. De sobra sabía que ella no quería ir, pero ahora que se habían convertido en compañeros no tenía otra elección. Además, Mardo quería dar un paso más con ella. Preguntarle si quería ser su novia. Tal y como estaban yendo las cosas entre los dos, estaba seguro de que la joven aceptaría, ¡y todos estarían allí para verlo!
El día de la fiesta quedó por la tarde con su primo. Mardo se puso una camisa negra y una corbata, se encontraba guapo así; su primo llevaba una cazadora de pana que jamás se ponía, decía que era de su padre. Si era esa su manera de arreglarse, la respetaba.
- Vamos a buscar a Flora a su casa. – le anunció Mardo cuando bajaban al portal de su casa – Y desde allí vamos a la fiesta.
- Os habéis hecho muy amiguitos ella y tú. – le dijo con sorna.
Era cierto.
- Nah, no es verdad.
- ¿Entonces te da lo mismo si le meto fichas?
A Mardo se le revolvieron las tripas.
- Me da igual. Pero yo pensaba que estabas con Anita.
- Qué dices.
Eso le molestó. Si ya no estaba con ella, tenía total libertad de intentar algo con la suya.

Llegaron hasta la casa de Flora a las ocho en punto. Era una chalet adosado, muy estrecho, con la entrada ajardinada. No se veía el coche de los padres, así que posiblemente estuviera sola. Mardo le escribió al móvil que estaban afuera y se sentaron en los peldaños del porche a esperarla.
- La gente ya está en la casa. – dijo su primo - Espero que estés listo para tu gran sorpresa.
No lo estaba.
- Más te vale que no sea ninguna broma pesada.
- Que no, ya lo verás. Te encantará. – aseguraba su primo con una sonrisa. Nunca se fiaba de él cuando sonreía.
- ¿Tiene que ver con molestar a la gente?
- Bueno… según se mire.
Y se rió.
- Oye, ¿no tarda un poco tu amiga?
Habían pasado veinte minutos desde la hora, y Flora no era una chica impuntual.
- Tal vez no esté en casa. – sugirió Mardo.
- Pero si hay luz dentro, mira.
Su primo se había levantado para escudriñar la fachada; tenía razón, había luz tanto en el salón como en su habitación. Mardo se extrañó y comprobó el móvil.
- No me ha contestado al mensaje. Aparece como si no lo hubiera leído.
- Llámala.
Mardo le hizo caso y probó a marcar su número. Varios tonos más tarde, colgó.
- No me contesta.
- ¿Probamos a entrar?
No le gustaba la idea, pero no tenían muchas opciones. No quería llegar tarde a su fiesta de cumpleaños, pero menos aún quería llegar sin Flora.
- Vale.
La puerta delantera estaba cerrada a cal y canto, como era de esperar. Pero no era la única opción de la que disponían.
- Ven por aquí. – indicó Mardo a su primo, saltaron el seto y se colaron al jardín trasero de la casa. La cocina también tenía luz, de hecho uno de los fogones estaba encendido.
Su primo abrió la puerta de servicio sin ninguna dificultad, y ambos entraron al interior. Mardo observó la cazuela que hervía al fuego, era agua, pero estaba ya casi toda evaporada.
- Qué raro. – murmuró, pero su primo ya no estaba allí.
Le oyó gritar de sorpresa y emoción desde el pasillo.
- ¡Mardo! ¡Ven corre, mira esto!
Su voz sonaba divertida, así que Mardo se apresuró a ir a donde su primo le había llamado. Estaba a los pies de las escaleras, observando a un cuerpo caído sobre la alfombra, con las piernas dobladas en direcciones imposibles y los brazos inertes alrededor del cuerpo. Mardo se quedó lívido al contemplar la escena.
- Qué le ha pasado. – intentó decir, pero las palabras no salieron por su boca.
No podía comprender qué le había ocurrido a Flora, yaciendo desnuda con una toalla sobre el cuerpo, con el rostro contraído en una mueca de dolor y desesperación. Gimió al verle.
- ¿Te has caído? ¿Puedes moverte? – susurró Mardo, acercándose a ella con mucho cuidado.
Flora movió el cuello casi sin fuerzas, de lado a lado, negando. No, no podía moverse. Intentó evitar mirar su cuerpo, brillante, aún no del todo seco, la piel tersa, los pechos pequeños, el vello del pubis y de las piernas. No era esta la manera en la que se imaginó ver a su amiga desnuda. Sus piernas estaban a punto de fallarle.
- Tengo que llamar… Llamar a algo, o a alguien. A sus padres, o a una ambulancia, o… ¿Qué estás haciendo?
Su primo se había quitado su chaqueta de pana y la había dejado caer al suelo.
- Tú qué crees.
Mardo estaba petrificado. Le observó desabrocharse los pantalones y sacarse el miembro duro ante la horrorizada mirada de la chica.
- Qué haces. Para, ¡para!
Le agarró del brazo cuando se tumbó sin ningún miramiento sobre ella, separándole las piernas torcidas, pero su primo se zafó de él.
- Apártate. Decías que no era tu novia, ¿no?

Flora no dijo nada. Tampoco Mardo. Se quedó allí, de pie, mirando. Después de aquello el mundo se volvió negro, no pudo recordar nada más de lo sucedido esa noche. No recordaba la sorpresa, no recordaba la fiesta, tampoco recordaba haber estado en ella siquiera. Nunca volvió a saber nada más de Flora. Desapareció del instituto y de sus vidas como un fantasma. Su familia se mudó, se cambió de número de teléfono y se borró de las redes sociales. Era como si nunca hubiera existido. Su primo salió indemne, nadie le denunció ni condenó sus actos. Muy poca gente se enteró. Mardo quiso retirarle la palabra pero él, incapaz de comprender el daño que había hecho, siguió llamándole y quedando con él como si nada. Mardo trató de olvidarlo todo, ignorar lo pasado como hacía todo el mundo. Nadie se puso de parte de Flora, ni siquiera su madre cuando se lo contó, quien le dijo que fue todo culpa de ella, así que lo más natural era seguir adelante con su vida y superarlo. Fue todo culpa de ella, se lo buscó, se lo merecía, pero era imposible, no se lo creía. Pensara como lo pensara, sólo podía recordar la mirada de horror paralizado en el rostro de su amiga, sus lágrimas cayendo hasta la alfombra, mientras su cabeza se movía de arriba debajo de manera rítmica. Daba igual cómo se lo planteara, jamás perdonaría a su primo por ello. Un año más tarde en aquellas mismas fechas, los recuerdos le regresaron vívidos y terribles, igual que los presenció aquella vez. Regresaron el miedo, la humillación y el sentimiento de culpa, y regresaron sus ansias descontroladas por hallar a Flora de alguna manera posible, y sin éxito. Fue aquella noche en la que se puso a llorar como un bebé en la cuna, por la felicidad que le habían robado, por la inocencia que le desgarraron a su querida amiga. Fue aquella noche en la que miró el reloj con las manecillas detenidas, fue a parar al suelo y se le hizo añicos. Vio su sombra moverse a destiempo. Y lo demás, pensó Mardo en su habitación de los Canales, lo demás es historia.